«Nuestras casas tiemblan todas las noches»;las voladuras por el TAV mantienen insomnes a varias familias de Durango desde hace siete meses
La desesperación empieza a hacer mella en las tres familias que residen en el edificio más cercano a las obras de construcción del trazado del Tren de Alta Velocidad (TAV) en el límite entre las localidades de Izurtza y Durango. Ya denunciaron el pasado verano las molestias en forma de ruido y nubes de polvo que les estaban ocasionando los camiones y las excavadoras en su tránsito continuo. Pero la situación se ha acentuado de forma notable desde el pasado enero. Las voladuras que tienen lugar cada noche, a unos 55 metros de distancia de su vivienda, les mantienen insomnes y, también, «muy cabreados» desde hace siete meses.
Alex Barrenetxea observa las obras del TAV a unos 55 metros de distancia de su vivienda.
«Es desesperante que no te hagan ni caso. He llegado a pensar en cruzar el coche con el fin de pararles la obra, pero la Ertzaintza me dejó bien clarito que podía acabar detenido si lo hacía. Eso sí, cuando me quejé por el ruido, me dijeron que ellos no podían hacer nada porque no era competencia suya». Es el testimonio de Alex Barrenetxea, un durangués que ya no sabe qué puertas tocar ni a qué santo invocar para que le dejen vivir «tranquilo», sin tener que despertarse, de lunes a viernes, sobresaltado por unas explosiones que no saben de horarios ni descanso. Son ininterrumpidas.
«Es como si todas las noches pusieran una bomba junto a mi casa. ¡Y no exagero, eh! La casa tiembla, al menos, durante cinco segundos después de cada una». Las voladuras se producen a cualquier hora de la madrugada. No tienen una rutina clara que les permita conciliar el sueño antes o después de ellas. «Si un día duermes dos horas, no pasa nada, pero cuando llevas unos cuantos seguidos no hay quien te aguante. Estás agotado y mucho más sensible. Acabas pagándolo con quien menos se lo merece, ya sea en el trabajo o en casa».
«Las crías se despiertan»
Alex Barrenetxea es uno de los vecinos del edificio centenario situado en la Gasteiz Bidea, a pie de la carretera que enlaza Durango y Urkiola, junto a su mujer y sus hijas, de 5 y 2 años. «Las crías también se despiertan, pero vienen a la cama, les decimos que son truenos y se quedan más o menos tranquilas». Junto a ellos residen otros dos matrimonios -uno de ellos octogenario- que también han protestado con insistencia de esta «insoportable» situación.
Lo que más enfada a estos vecinos es comprobar cómo a las instituciones «les importa un pimiento» lo que pase con ellos. De hecho, Barrenetxea constata que sólo han recibido apoyo por parte del Ayuntamiento de Durango, que primero pidió una medición para comprobar que el ruido nocturno de camiones y excavadoras sobrepasa el mínimo permitido por la ley -«y eso fue antes de las voladuras», puntualiza el joven- y después reclamó al Administrador de Infraestructuras Ferroviarias (Adif) el realojo de estas familias mientras se prolongasen las obras del trazado del TAV que atravesará esta zona de la localidad.
Los responsables municipales, sin embargo, no han obtenido respuesta aún, pese a haber enviado su primera carta el pasado verano. La alcaldesa de Durango, Aitziber Irigoras, reconoció recientemente que hace tan sólo un par de semanas, cuando comenzaron las voladuras nocturnas, volvieron a insistir ante Adif para que cesaran las deflagraciones y reubicaran a las familias afectadas.
«No se entiende que nos nieguen algo tan básico -vuelve a indignarse Alex Barrenetxea-. ¡Si cualquiera de los coches con los que los jefazos vienen a ver las obras cuestan cinco veces más de lo que supondría realojarnos a todos!», agrega este vecino. Y esto, sin entrar a valorar las grietas y los desperfectos que las obras están causando tanto en el exterior como en el interior de la vivienda.
«Menos mal que con uno de los primeros responsables de la obra, el único que nos ha escuchado, logré llegar a un acuerdo para firmar un acta notarial que demostrara cómo estaba la casa antes y después», se sincera Alex Barrenetxea.
Fuente El Correo
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